Esta fue la iglesia frecuentada, en 1966, por Dona Flor, la de los dos esposos, de las raras obras que se convierten en clásicos multimedia, primero en literatura, luego en cine y en la televisión. Treinta años después, los carntles angelicales eran de San Francisco (utilizado como un contraste con la brutalidad rítmica) que apareció en el clip de «Roots Bloody Roots», la canción que colocó la tumba en la parte superior del mundo del heavy metal.
Solo dos ejemplos para probar la amplitud y el alcance de este edificio en la cultura brasileña. El techo se rompió, mató a una persona, hirió a tantos y wow, pero ha pasado tanto tiempo, qué tema antiguo apenas recordamos.
En un artículo publicado en el libro «El barroco en la América portuguesa», el arquitecto Rodrigo Espinha Baeta explica el juego de luces, sombras, oro y excesos del interior de la iglesia: «Al entrar en el edificio, lo que absorbe es el reflejo dorado de las superficies y espacios calmantes que invaden todos los contornos de la cavidad interna.
Para él, son «organismos brillantes en una melodía absoluta con los paneles de azulejos portugueses dispuestos en ambos lados del presbiterio, pero en severos contraste con las complejas balustradas negras se extienden regularmente en todo el barco. Todos dramatizados por la escasa presencia de luz».
Según Baeta, «el interior de San Francisco también se destaca como un evento vinculado a la dramática aprensión de la ciudad de Salvador». Jorge Amado reforzó, en su trabajo, algo que vino de un siglo antes: la conexión del edificio, desde adentro, con la ciudad.